Una de las cosas más
fáciles de observar desde la Tierra y con un telescopio simple son los objetos
de nuestro propio Sistema Solar y sus fenómenos, que están muy cerca en
comparación de estrellas y galaxias. De ahí que el aficionado siempre tenga a
estos objetos en sus preferencias de observación.
Los eclipses y los
tránsitos astronómicos han ayudado a medir las dimensiones del sistema solar.
Dependiendo de la
distancia de un planeta al Sol, tomando la Tierra como observatorio de base,
los planetas se dividen en dos grandes grupos: planetas interiores y planetas
exteriores. Entre estos planetas encontramos que cada uno presenta condiciones
singulares: la curiosa geología de Mercurio, los movimientos retrógrados de
algunos como Venus, la vida en la Tierra, la curiosa red de antiguos ríos de
Marte, el gran tamaño y los vientos de la atmósfera de Júpiter, los anillos de
Saturno, el eje de rotación inclinado de Urano o la extraña atmósfera de
Neptuno, etc. Algunos de estos planetas cuentan con satélites que también
tienen singularidades; de entre estos, el más estudiado ha sido la Luna, el
único satélite de la Tierra, dada su cercanía y simplicidad de observación,
conformándose una historia de la observación lunar. En la Luna hallamos
claramente el llamado bombardeo intenso tardío, que fue común a casi todos los
planetas y satélites, creando en algunos de ellos abruptas superficies
salpicadas de impactos.
Los llamados planetas
terrestres presentan similitudes con la Tierra, aumentando su habitabilidad
planetaria, es decir, su potencial posibilidad habitable para los seres vivos.
Así se delimita la ecósfera, un área del sistema solar que es propicia para la
vida.
Más lejos de Neptuno
encontramos otros planetoides como por ejemplo el hasta hace poco considerado
planeta Plutón, la morfología y naturaleza de este planeta menor llevó a los
astrónomos a cambiarlo de categoría en la llamada redefinición de planeta de
2006 aunque posea un satélite compañero, Caronte. Estos planetas enanos, por su
tamaño no pueden ser considerados planetas como tales, pero presentan
similitudes con éstos, siendo más grandes que los asteroides. Algunos son:
Eris, Sedna o 1998 WW31, este último singularmente binario y de los denominados
cubewanos. A todo este compendio de planetoides se les denomina coloquialmente
objetos o planetas transneptunianos. También existen hipótesis sobre un planeta
X que vendría a explicar algunas incógnitas, como la ley de Titius-Bode o la
concentración de objetos celestes en el acantilado de Kuiper.
Entre los planetas Marte
y Júpiter encontramos una concentración inusual de asteroides conformando una
órbita alrededor del sol denominada cinturón de asteroides.
En órbitas dispares y
heteromorfas se encuentran los cometas, que subliman su materia al contacto con
el viento solar, formando colas de apariencia luminosa; se estudiaron en sus
efímeros pasos por las cercanías de la Tierra los cometas McNaught o el Halley.
Mención especial tienen los cometas Shoemaker-Levy 9 que terminó estrellándose
contra Júpiter o el 109P/Swift-Tuttle, cuyos restos provocan las lluvias de
estrellas conocidas como Perseidas o lágrimas de San Lorenzo. Estos cuerpos
celestes se concentran en lugares como el cinturón de Kuiper, el denominado disco
disperso o la nube de Oort y se les llama en general cuerpos menores del
Sistema Solar.
En el Sistema Solar
también existe una amplísima red de partículas, meteoroides de diverso tamaño y
naturaleza, y polvo que en mayor o menor medida se hallan sometidos al influjo
del efecto Poynting-Robertson que los hace derivar irremediablemente hacia el
Sol.
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